sábado, 24 de octubre de 2009

Hoy voy a cambiar

Y empezaré por escribir (de nuevo).
No creo que a alguien más que a mí le sirva de algo dar explicaciones ahora con mi ortografía impecable pero bueno, ya se ha visto que este blog ha soportado sin tronarse toda clase de crisis, las mías sobre todo.
Desde hace mucho mucho tiempo, en una galaxia distante... (ya pues) me han sobrevenido toda clase de vaivenes idiotas, todos ellos derivados de mi insistencia en cuestionarlo todo. No sé porque pero mis genes me obsequiaron esta fastidiosa habilidad para digerir las matemáticas, lo cual, muy convenientemente para mí, significó sobrevivir a la jungla que significa la educación pública. Y no sé porque tampoco, me las quise dar de lista y aprendí cosas que no a mucha gente le interesaban, leía el periódico y me gustaba oír las opiniones de la gente. Era como un apetito raro a conocerlo todo.
Me pasé la prepa leyendo revistas y pendejadas y libros también y enciclopedias. Supongo que eso también ayudó. Tuve algunos buenos profesores que me enseñaron a percibir diferencias, a sacar conclusiones propias, a opinar.
Pude haber sido lo que mi mamá siempre quiso: una niña, pero ciertamente había algo absurdo en eso, no tenía sentido alguno para mí y hasta la fecha prefiero parecer niño malhecho que gata de arrabal. Pude haberme dejado influenciar por un montón de cosas más, como la vanalidad de mi entorno superfluo. Pero no. Elegí ser otra cosa, y algo que indudablemente fue determinante al momento de encarar mi adaptación como ser social en este mundo fue el hecho de mi poca gracia física, en otras palabras, mi fealdad. Jaja. Nunca he reprochado ese aspecto, me dió la oportunidad de ver las cosas desde otra perspectiva y en lugar de convertirme en un peón de ajedrez con el inmejorable look de un maniquí me convertí en una marxista trasnochada e inconforme.
Como dijo mi buen amigo Memo, no sé cuando fue que me salí de toda esa mierda, pero lo hice y ahora sufro dolores interminables de cabeza como consecuencia de esa decisión.

Sin embargo, las cosas han sido demasiado fáciles para mí. Tengo una mamá que se ha empeñado en consentir a sus hijos a más no poder, lo que sólo ha hecho de nosotros un trío de huevones. He pensado en muchas cosas que quiero hacer con mi vida y no he conseguido hacer nada con ella más que dormir más de lo que debo o puedo. Soy una desobligada y aún así pensé seriamente en irme a la selva a hacerlas de guerrillera (y no es mamada), pensé en ser activista o maestra rural o presidenta de una fundación de a deveras.
Estoy profundamente casada con mis principios y mi supuesto buen juicio, pero responsabilidad es una cualidad que no sólo no he desarrollado, la he desconocido.
Entonces, como que hay algo de incongruencia en mi persona. Por una parte pregono que el mundo está de cabeza y que la solución está en cada uno de nosotros pero muy a mi pesar soy como cada uno de todos nosotros. Creo ser lo que digo y no lo que hago.

En todo el tiempo que estuve ausente en este blog dejé de cuestionar lo que me rodea y empecé a cuestionar mis modos. Fue una etapa de introspección severa y mi única conclusión es que tengo que cambiar mis defectos en aras de lograr mi plenitud como ser físico en esta tierra.
Por otro lado, siempre supe de algún modo que esta vida se trataba de algo más que escolarización y fuerza productiva, algo más que un intercambio mercantil o un flujo de objetos. No puede ser que toda nuestra capacidad se vea reducida a una cuestión de pura ambición, no sé por qué nos han hecho creer que nuestra única aspiración es tener un buen trabajo para sustentar una casa y un coche y un perro que compartir con nuestra familia. Reniego.
Hoy, sé que no es así y me alegra sobremanera estar al tanto de ello pero al mismo tiempo me desconcierta hasta niveles insospechados. He descubierto lo que había estado buscando toda mi vida y eso le ha partido el queso a muchas cosas en las que creía. Me reconocí insignificante pero simultáneamente invaluable y no sé qué rayos hacer con eso y con esto y con lo que me pasa día con día.
Así que lo mejor que se me ocurrió fue cambiar, para bien, salir de todas mis zonas de comodidad, llámese mi mamá, mi cama calientita, mi iluso amor de toda la vida, mi negación, mi hueva, mi valemadrismo, mi irresponsabilidad, mi hasta ahora incuestionable buen juicio, bla bla bla. Ya no espero otra cosa que la impecabilidad de mi espiritú y eso, creo que en definitiva es una inmejorable razón para cambiar.

"Quiero ser [...] como la llama de una vela, que aún al enfrentarse a la luz de un billón de estrellas permanece intacta, porque nunca pretendió ser más de lo que es: la llama de una vela"
J.M.

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